FARSANTE

Y una gran impostora en un grado difícil de igualar es lo que me parece Rosario Porto. Ya habíamos tenido indicios cuando asomó a los medios de comunicación pero es ahora, en el juicio oral, cuando la podemos contemplar en todo su esplendor. La puesta en escena es digna de la mejor obra de teatro: su frágil figura, el vestido negro, los diferentes tonos de voz, los gemidos y suspiros, las furtivas lágrimas, las frases sobre su hija Asunta que más puedan impresionar al jurado, etc.
Siento decir que me produce la misma repugnancia que aquel monstruo de José Bretón y espero que tenga un mismo fin aunque estas gentes nunca tienen lo que se merecen.

 

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