Es el tiempo de cortesía para criticar a un gobierno y el que ha transcurrido sin que se forme alguno nuevo desde el 20-D. Así que, paradójicamente, se puede criticar ese “no-gobierno”, la incapacidad para lograrlo.
El panorama es desolador, muestra líderes poco convincentes, faltos de lo que se llama “visión de Estado”, atrincherados en sus partidos, vetándose mutuamente por razones personales, incapaces de superar su cicatería electoral. Su esfuerzo se centra en ver si hablan por teléfono para tener una reunión con o sin equipo negociador.
Para colmo, ha surgido un conflicto inédito entre los Poderes Legislativo y Ejecutivo que tendrá que dirimirse en el tercero, el Judicial.
Mientras, esto navega mal que bien con los funcionarios en la sala de máquinas y unos ciudadanos atónitos y resignados.