Es difícil resistirse a hacer un comentario sobre la relación de Juan Carlos I con nuestra ilustre paisana. Era algo conocido pero silenciado y ahora se hace público con pruebas contundentes.
Sería curioso saber qué la colocó en el libidinoso punto de mira del rey: el apellido o sus celebradas y largas piernas tan generosamente exhibidas.
Ella vio una ocasión de oro para forjarse un buen plan de pensiones y se dedicó a grabar los fogosos encuentros.
Acertó de pleno. Ya cobró 500 millones de pesetas por su silencio que será un aperitivo de lo que cobre por futuras declaraciones y cualquiera sabe lo que se pagaría por fotos o videos.
Lo dicho, ya puede retirarse a su Totana querida y esperar que la nombren hija predilecta de la ciudad.