Se produce cierto alivio al conocer por fin el destino de la Infanta y del imbécil de su marido. Ha sido una sentencia impecable, sin controversia jurídica, cuya única descalificación proviene de un partido político que casualmente es el mismo con el que se identifica el juez instructor Castro.
Lo de este hombre ha sido un papelón por la duración del proceso, por las continuas filtraciones y, sobre todo, porque más de la mitad de los acusados han sido declarados libres de toda culpa.
El concienzudo trabajo de las magistradas lo ha puesto en su sitio; menos mal que se jubila pronto.
Asistimos al final de los macrojuicios por corrupción que han saturado retinas y martilleado oídos.
Que acabe pronto todo y no se vuelva a repetir.