No invitar al rey Juan Carlos al acto conmemorativo de las primeras elecciones democráticas ha sido una estupidez, una falta de sensibilidad que ninguna razón protocolaria puede justificar. Se entiende que su hijo quiera marcar distancias para ir forjándose su propia imagen pero esta vez se ha equivocado.
Por lo demás, el rey ha hecho un discurso ajustado a la circunstancia. La prueba de que ha estado bien es que ha sentado mal a Podemos y a los independentistas. Allí estaban el tonto de la flor, el del cartel y el de la camiseta, sabedores de que los medios, con su aguda inteligencia, nos mostrarían sus monadas.
Vivimos un momento crucial y algunos podrían aprender de aquel espíritu que hizo posible la Transición y calmarse.