El abuso sexual de menores en la Iglesia católica es un tema recurrente que en cada época y por cada Papa se afronta con mayor o menor rigor.
Ahora vuelve a aflorar como parte de la guerra sorda que se vive en el Vaticano.
No se puede seguir manteniendo nidos de represión y pederastia como cauce de la libido de unos hombres a los que se impone el celibato. Cada vez son menos quienes viven de modo intenso la religión y desean administrar sus sacramentos. ¿Acaso su función se degradaría si la ejercieran personas casadas?
Y siguiendo la misma lógica ya podrían acabar con la exclusión de la mujer en el sacerdocio. Eso sí sería un indicador del “aggiornamento” vaticano y el Papa Francisco tiene el perfil adecuado. Pero no se atreverá.