Si salimos de la asfixiante matraca catalana podríamos plantearnos la conveniencia de debatir acerca de asuntos relacionados con la bioética que son de indudable interés y no deben permanecer en el limbo de la alegalidad, que en una sociedad avanzada y madura deben estar sometidos a normas reguladoras para que sus miembros sepan a qué atenerse.
Uno de esos temas es la eutanasia. En principio parece que, si se dan las condiciones adecuadas, una persona puede decidir cómo quiere enfrentarse a eso tan terrible que es la muerte. Si quiere evitar un trance final doloroso, humillante y angustioso para los suyos, nadie tendría que oponerse. Es cuestión de racionalidad y sensibilidad.
Conviene recordar que estas leyes, como pasó con el divorcio y el aborto, sólo despenalizan lo que era delito, no obligan a quienes deseen actuar de otro modo.