En condiciones normales la inmigración ilegal es rechazable, en una crisis económica se hace insostenible y en plena pandemia la entrada de inmigrantes infectados de Covid-19 es incomprensible.
Al “buenismo” se le deben fijar límites. Quienes amparan (y potencian) estas entradas ilegales son gentes de buen corazón y mejores propósitos, pero podían ganarse el cielo habiendo cosas más útiles para la sociedad.
Los inmigrantes saben que incumplen normas, que no existe el paraíso, que crean problemas, pero siguen forzando la situación. Los que vienen enfermos y contagian tan seguros están de que en su país no serán atendidos como de que en el nuestro serán tratados exquisitamente y en un caso extremo incluso con preferencia sobre un español septuagenario hipertenso y/o diabético.
Argelia y Marruecos cierran sus fronteras y de vez en cuando nos obsequian con paisanos enfermos. ¿Es normal y hay que seguir mirando para otro lado?