No creo que
nadie pueda recordar con agrado el verano de 2020, más bien como uno de los más
funestos de nuestra historia reciente, debido a la pandemia y la consiguiente
recesión económica.
Un verano de
gel y mascarilla, de preocupación e incertidumbre porque otoño no va a mejorar
ni sanitaria ni económica ni políticamente. Cuando comenzó albergábamos la
esperanza de que el virus estaba siendo vencido, pero era una falsa ilusión,
estaba agazapado esperando que el ser humano activara la estupidez y la
irresponsabilidad que lo caracterizan.
Y no tuvo
que esperar mucho, pronto encontró caldos de cultivo adecuados en reuniones
familiares sin precauciones, ocio nocturno incontrolado, trabajadores en
condiciones lastimosas, etc. Y se empleó a fondo provocando miles de contagios
diarios y una excesiva ocupación hospitalaria. En la Administración hay
confusión y se pasan la patata caliente unos a otros.
En eso de
tolerar, los españoles merecemos un premio, tanto en su acepción de respeto a los
demás como en la de soportar y resistir la acción política que padecemos.
Lo del
Gobierno es de antología: entre las cosas que hace, las muchas que no hace y
las que deja que hagan otros, se convierte en un modelo sin parangón, algo que
no figura en los manuales de ciencia política.
Todo queda
resaltado al coincidir uno de los peores momentos de nuestra historia reciente
con el conjunto de líderes más ineptos de ese mismo período. Calificarlos así
no es seguir el tópico de culpar al gobernante (non piove, porco governo); no hay más que observar detenidamente
sus conductas. Carecen de sentido de Estado, no ven más allá sus intereses
partidistas, son incapaces de dialogar para llegar a acuerdos en temas esenciales
y preocuparse por el bien común.
Puede ser
que esta macrocrisis que vivimos desde hace seis meses agudice una visión
negativa, pesimista, pero también puede ser verdad que tenemos serias carencias
en temas importantes.
Faltan
profesores que permitan rebajar el número de alumnos por aula y conseguir una
educación personalizada de mayor calidad. Faltan profesionales de la sanidad
para luchar contra la Covid-19, rebajar las listas de espera y atender mejor a
los enfermos.
Pero, en
otro orden de cosas, también faltan líderes políticos serios y solventes que
estén a tono con la situación de emergencia. Y faltan ciudadanos sensatos
capaces de entender la gravedad de la situación y actuar en consecuencia. Vemos
comportamientos increíbles que, más que simple irresponsabilidad, parecen un
acto de rebeldía contra el Sistema, negándose a cumplir una reglas mínimas que
provienen de él.
Hasta la
palabra “virus” resulta ya invasiva. Estos pequeños cabrones, parásitos capaces
de penetrar en cualquier organismo, han decidido amargarnos la existencia.
Están
presentes desde el origen de la vida, hace unos 3.700 millones de años y parece
que se propongan corregir el rumbo de la evolución, que se rebelan para atacar
al ser vivo más complejo, al hombre.
Esta batalla
va a mostrar un momento clave durante este otoño en el que unen sus fuerzas el
virus de la gripe, el coronavirus y el de la bronquiolitis. Más que de
conjunciones planetarias habrá que hablar de conjunciones víricas.
El ejército
humano cuenta con medios suficientes para este combate, pero nuestro
comportamiento, especialmente el de algunos, deja mucho que desear y facilita
la actuación de estas partículas elementales que nos contagian y matan. No
aprendemos.
El mundo
anda sobrado de “puntos calientes” y de conflictos. Por eso debemos celebrar
todo lo que suponga resolver problemas, alcanzar soluciones.
Vivimos una
oportunidad histórica cuando Emiratos Árabes acuerdan normalizar relaciones
diplomáticas con Israel, sumándose así a Egipto y Jordania. Es deseable que
otros países árabes se incorporen al acuerdo y que no quede sólo en el ámbito
diplomático sino que sea asumido por los pueblos, por árabes y judíos.
El paso
siguiente debería ser el cese de hostilidades entre Israel y Hamás en Gaza,
seguido de la proclamación del Estado palestino y la capitalidad compartida de
Jerusalén.
Netanyahu
podría firmar y retirarse a descansar. Trump se apuntaría un tanto electoral y
tal vez sería lo único bueno en su legislatura.
Parece fácil
pero seguramente no culminará con éxito. Son muchos años de incomprensión y
odio.
La Covid-19
con sus múltiples derivaciones, todas ellas negativas, está poniendo a prueba a
los países que la padecen, a gobernantes y ciudadanos.
A la hora de
enfrentarse al virus, tomar medidas o dar instrucciones hemos visto modos de
proceder muy diferentes. Pero lo que no parece de recibo es que nos engañen,
como ha hecho el gran farsante mundial. Insistía Trump en que era una
enfermedad leve, poco más que una gripe y la mascarilla no era necesaria, se
jactaba de no usarla. Ahora se ha filtrado que era consciente de la gravedad-
“altamente letal y muy contagioso”- pero no lo reconocía; en medio, decenas de
miles de muertos.
En España el
ínclito Simón se cubrió de gloria restando también importancia al virus y al
uso de mascarillas por encubrir la carencia que existía.
Comportamientos
que merecen un banquillo judicial y una condena.
Es normal
que un partido se vea antes o después en la obligación de hacer concesiones o
transigir con algo que no figura en su ideario. Pero las tragaderas que está
exhibiendo Podemos son más amplias de lo
común.
Primero se
muestran contundentes en sus radicales afirmaciones para desmarcarse del PSOE y
marcar perfil propio e inmediatamente vienen las correcciones, los matices,
para acabar tragando con lo que les echen.
A esta
altura nadie puede tomarlos en serio y pensar que pueden hacer gala de una
mínima coherencia. Incluso llegan a insinuar la ruptura de la coalición
gubernamental, pero humillados y obligados vuelven al redil.
Ellos, sus
parejas, sus amigos ni se han visto ni se van a ver en otra. No pueden
permitirse lujos o tener dignidad. Sus “numeritos” convencen cada vez a menos
seguidores.
En el PP van
a tener que renunciar a las campañas electorales o, al menos, hacerlas más
humildes porque a la hora de sufragarlas cometen todo tipo de tropelías que,
antes o después, acabamos conociendo.
Dolores de
Cospedal cargó contra la época de Aznar por la operación Gürtel, “que cada palo
aguante su vela”, dijo. Y ahora Casado arremete contra Rajoy por la operación
Kitchen, que ya costó la caída del gobierno y la aprobación de una moción de
censura que alumbró al engendro de gobierno actual.
El problema
de las campañas se da en todos los partidos y en todos ellos hay además
sinvergüenzas que se enriquecen a título individual; estos del PP deben ser
especialmente torpes y ahí van: de Gürtel a Kitchen, de Aznar a Rajoy, de
pleito en pleito voy. Se van agotando los palos para tantas velas.
La
excepcionalidad de la situación que vivimos obligará al líder del PP a hacer
algunas concesiones al presidente del Gobierno. Parte del electorado popular y
una mayoría ciudadana aprobarían algún gesto en este sentido. Lo contrario,
mantenerse enrocado, sumado a la existencia de VOX sólo sirve para reforzar al
PSOE.
Pero hay que
reconocer que no es una decisión fácil cuando tienes enfrente a un personaje
como Pedro Sánchez, cuya insana relación con el poder lo aboca a
comportamientos sorprendentes que aumentan su cota de indignidad. No se
relaciona con Casado, ignora sus propuestas y ahora lo acusa de deslealtad con
el Estado (¡!), cuando él es valedor y sustento de ERC y Bildu, Rufián y Otegi,
que no son precisamente grandes defensores del Estado, que en sus programas
piden su desaparición.
Difícil
tesitura para Casado, pero tiene que pronunciarse.
Parecía que
la llegada de López Obrador a la presidencia de México serviría para ir
solucionando algunos de los muchos problemas que asolan al país. No ha sido
así, ha defraudado expectativas y allí siguen creciendo la desigualdad, el
paro, el narcotráfico, la pobreza y la violencia.
Él ya ha
encontrado la causa: el modelo neoliberal, origen de todos los males, aunque
tampoco propone alternativas. También descubre otro filón condenando la
Conquista del XVI y arremete especialmente contra España y sus empresas, exige
una petición de perdón.
En el mismo
México que tan generoso fue con la España republicana exiliada surge ahora un
demagogo que se refugia en el indigenismo simplón para tapar sus carencias,
incapaz de ejercer una labor de gobierno transformadora en ese gran país que
merece gobernantes más serios. Un presidente fallido.
Fernando
Martínez Serrano 17-7-20
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