Hay gobernantes que llegan al poder como resultado de un proceso electoral, pero una vez instalados muestran talantes y comportamientos peores que los de muchos dictadores que no han pasado por las urnas.
Tenemos un buen ejemplo en Donald Trump y su falta de respeto por todo lo que no coincida con sus criterios. Y otro, aún más agudizado, en el presidente brasileño. Este inefable Bolsonaro ya “apuntaba maneras” en campaña y pronto superó las expectativas. Su arrogante e irresponsable chulería frente a la pandemia se inscribe en lo patológico y provoca la muerte de miles de ciudadanos; se niega a usar la mascarilla y casi prohíbe su uso.
Contra estos autócratas sólo caben medidas de corrección por parte de las fuerzas políticas o actuaciones judiciales contundentes que los inhabiliten. Pero no se producen del modo que sería deseable.