Se ha creado una intensa polémica por el hecho de que el PSOE cediera cuatro senadores a dos partidos nacionalistas para que pudieran tener grupo parlamentario propio. Ya antes lo había hecho la CUP, esa cosa inmadura, anacrónica y peligrosa con Junts pel Sí para resolver la sustitución de Artur Mas, ese símbolo insuperable de indignidad.
Se habla de fraude electoral y es cierto que se produce una perversión de la esencia de una elección. Los partidos disponen de sus candidatos como quieren, sin respetar la voluntad del elector; podrían presentarse sólo con las siglas y después “rellenar” según los votos obtenidos.
No ocurriría en un sistema de listas abiertas y, menos aún, si hubiese distritos unipersonales. Se respetaría más la decisión del electorado.