Hay comportamientos que resulta difícil admitir
que son adoptados por personas que están en sus cabales.
Los independentistas catalanes declaran ante los jueces que no sabían que la farsa del 9-N era ilegal y que son falsas las acusaciones de la corrupción envolvente y asfixiante en la que vivían.
La líder de la extrema derecha francesa niega una demostrada apropiación indebida de fondos del Parlamento europeo.
Todos ellos establecen una identificación entre su persona y “su” patria para argumentar que quienes los critican o juzgan están atacando a Cataluña o a Francia. Así hacen su juego. Pero lo que entra en la patología psicosocial es que sus partidarios no desenmascaren a estos farsantes y los sigan apoyando.
¿Hasta tal punto pueden los sentimientos obnubilar la razón?