Como “clásico” es aquello que resulta típico porque no se aparta de la tradición muchos se empeñan en que la corrupción es un rasgo inherente a lo español; resucitan a pícaros y truhanes del XVII, los equiparan con el personal que hoy pulula por los juzgados de toda España y establecen una inevitable continuidad.
Puesto que no hay un gen corruptor habrá que buscar factores socioculturales como por ejemplo: la visión negativa del trabajo como condena bíblica que impide valorar la capacidad y el esfuerzo como el único modo de lograr objetivos o la falta de aprecio hacia lo público que atenúa la mala conciencia por apropiarse de lo que pertenece a ese ámbito (“lo que no es de nadie es de todos”).
Ya es hora de superar el clasicismo.