Y ellos coinciden, gozosos, mandando sobre medio mundo. Entre Trump y Putin hay más afinidad de la que pueda parecer: arrogantes, expeditivos, megalómanos, seguros de sí mismos, primarios, de ideas simples y escasa cultura, llenos de testosterona hasta el cerebro y ahí fraguan su concepción de la mujer.
Hasta hace poco nadie habría pensado que era posible una relación tan estrecha entre los presidentes de los países que vivieron la guerra fría; a lo sumo, respeto mutuo.
Van a tender un puente muy significativo a través del próximo Secretario de Estado americano, máximo dirigente de una petrolera con fuertes intereses en Rusia. Y es que la inclinación hacia los buenos negocios y el amor al dinero es otro rasgo común entre los mandatarios.