Unos activistas catalanes, ociosos y oligofrénicos, acuden al aeropuerto para apoyar la indignante huelga que se celebra. Cuando han posado para las complacientes cámaras y han vomitado sus declaraciones comen tortilla hecha con huevos contaminados por un insecticida y salen de allí dispuestos a destrozar instalaciones turísticas para reivindicar la independencia. Ven en televisión a una madre llorona y mal aconsejada que pretende proteger a sus hijos tras una cascada de lágrimas; ellos comentan que eso no ocurriría en su modelo comunal y tribal de familia. Siguen envueltos en una estelada, compartiendo mensajes con sus colegas vascos, los etarras de Bildu. Durante la noche, debidamente “colocados”, diseñan un cartel en el que muestran todo lo que barrerían, ignorando que ellos serían barridos mucho antes.