La concepción absoluta del poder se quiebra cuando Montesquieu proclama la separación de poderes que caracteriza al Estado de derecho (que luego sería democrático). En él se delimitan sus espacios y ejercen sus funciones el legislativo, el ejecutivo y el judicial.
Hoy, en España, el esquema anda un tanto desquiciado. Un gobierno autonómico ejerce con su parlamento cerrado y sin control alguno. El central intenta sortear una Cámara legislativa para aprobar una ley decisiva. Hay enfrentamientos entre “Mesas” del Congreso.
El judicial, más independiente y garante del funcionamiento del Sistema, sufre presiones desde el ejecutivo catalán y el gobierno de la nación que cuestionan prisiones preventivas acordadas y anticipan indultos.
Si viviera Montesquieu imitaría a Ortega y diría: “No es esto, no es esto”