Además de ser una pandilla de intransigentes iluminados que se refugian en una quimera, conviene no olvidar que son auténticos vividores (en el peor sentido de la palabra) de la política. Han encontrado un mensaje simple y demagógico que cala en los sentimientos y tienen envenenado a un gran número de catalanes.
Sin ellos Cataluña sería una Comunidad próspera, culta, rica, solidaria, plena de competencias transferidas, viviendo con sus señas de identidad lingüísticas y culturales y, lo más importante, sin crispaciones o enfrentamientos que se hacen insoportables.
Luego son ellos los que sobran. El problema es cómo desactivarlos y más vale no preguntar sobre el tema a los españoles en un referendum de esos que tanto pregonan quienes desprestigian a Cataluña.
Como mínimo se requiere la actuación conjunta y firme de todos los partidos constitucionalistas.