Vivir en un mundo interconectado e interdependiente es positivo y, en cualquier caso, hoy es inevitable. La globalización no es algo que se haya debatido simultáneamente en todos los países. Se ha ido imponiendo y lo han hecho posible los medios de transporte y de comunicación, el desarrollo tecnológico, la libre circulación de personas, mercancías y servicios. No aumenta los índices de pobreza aunque crea nuevas desigualdades; facilita la relación entre naciones ricas y pobres aunque genera xenofobia y rechazo a la inmigración.
Y ahora con la rápida propagación de una enfermedad infecciosa muestra su peor cara.
Era inevitable al haberse originado en el país más poblado, segunda economía mundial, un gigantesco proveedor y consumidor.
El coronavirus pone a prueba la debilidad humana ante insignificantes microbios que nos rodean.
El tema es grave y hacen falta sabiduría y prudencia.