Jo Cox, 42 años, casada y con dos hijos, llena de vida y de ganas de luchar por sus ideas. Asesinada por un desgraciado ultra que sólo disponía de la violencia como argumento y la usó contra ella despiadadamente. En sus genes primarios justifica la pena de muerte y grita “muerte a los traidores” sabiendo que no se le aplicará aunque sea el peor de ellos.
El crimen parece que se ha convertido en un revulsivo para inclinar el sentido del voto hacia los partidarios de seguir en la Unión Europea de tal modo que esos cretinos eurófobos, nostálgicos de imperios trasnochados, no le ganarían la batalla a la diputada después de muerta. Hoy lo sabremos. Ella lo merecía.