La etiqueta “preso político” debe tener un encanto especial porque todo delincuente que se precie la desea.
Primero fueron los catalanes, que en su particular poema épico se ven como héroes enfrentados a una dictadura que impide libertades y se autodenominan “presos políticos”.
Ahora les toca a los vascos y el siniestro Otegi, el cínico mayor del reino (aunque la competencia es abundante) se descuelga calificando a los asesinos etarras, sus camaradas, como “presos políticos” y pidiendo su acercamiento a Euskadi.
Conviene no alterar la colocación de sustantivo y adjetivo, dejar claro que son “políticos presos” (hasta lo de “políticos” sobra) y “asesinos presos”.
Con toda esta gentuza tiene que entenderse un gobierno socialista porque de ellos depende su continuidad. Triste destino.