Lo ocurrido este verano en Turquía viene a añadir tensión a un mundo ya suficientemente tenso. Se resiste a instalarse en el ámbito de los países laicos, de aquellos en los que se produce una separación efectiva entre lo civil y lo religioso. Debe ser que les resulta más cómodo atenerse al dogma, seguir las instrucciones del libro. Rechazan tener su propio Renacimiento, su humanismo exaltador de la razón.
Kemal Attaturk lo intentó hace 100 años, hubo algunos logros-aunque casi tenían que ser impuestos por el ejército-pero finalmente parece que predomina lo irracional, lo fácil, la mentalidad religiosa y el régimen autárquico.
Erdogan se aprovecha y optimiza recursos. Putin, comprensivo, ofrece su hombro.
Veremos cómo culmina la jugada.