Vivimos un proceso de trivialización que se observa en todos los ámbitos. Las cosas han de ser superficiales y de fácil consumo.
Antes se oían voces autorizadas que analizaban y formulaban propuestas de tipo cultural, social o político. Hoy cabe preguntarse si siguen existiendo y, si existen, por qué callan.
El fenómeno se reproduce con toda su crudeza en los partidos políticos. No acuden a ellos los más cualificados, se convierten en grupos endogámicos y anodinos que no atraen precisamente a los más capaces. Una vez instalados en el “aparato” su capacidad crítica va disminuyendo en la proporción en que aumenta su grado de dependencia; hay que estar bien considerado por quienes hacen las listas.
Luego, nos ofrecen espectáculos tan lamentables como el que estamos viviendo.