Uno oye la palabra “ermitaño” y piensa en otros tiempos y espacios. Por eso resulta curioso e insólito conocer la existencia de la eremita Rosario tal y como nos la cuenta La Opinión. Vive en Abarán, en una casa cedida por un cura, afirma que en la oración ha encontrado el sentido de su vida y cumple con el clásico “ora et labora” cultivando una pequeña huerta.
Una vida de soledad y silencio en estrecha comunión con Dios por contraste con la algarabía que tenemos montada.
Siempre cabe dudar si es más meritoria y sacrificada esta conducta o criar hijos y madrugar para ir a un trabajo precario y mal pagado, sin poder permitirte el silencio.
Que Dios la bendiga, aunque supongo que con eso ya cuenta.