Entre la seriedad y la frivolidad, entre la consistencia y la levedad, siempre ha habido, hay y habrá diferencias.
Es un acierto el nombramiento del nuevo ministro de Cultura. Un experto gestor cultural con una trayectoria llena de éxitos que, además, es de Pulpí y no tiene twitter.
Promete dedicación, valentía y ánimo de consenso; aunque sabe que será difícil cita esa frase tan nuestra: “en el pedir no hay engaño”.
Reivindica la importancia de las Humanidades y el papel que han desempeñado en la Historia, fija como uno de los grandes retos el necesario equilibrio que debe existir entre ellas y la tecnología.
Esta vez sí se ha elegido a un gran ministro de Cultura. Dará la talla.