Las llamadas “Colas del hambre” son un triste fenómeno creciente, el indicador socioeconómico mas negativo de la pospandemia. No las componen los indigentes callejeros ni individuos con algún tipo de adicción que acaban marginados.
Son personas que hasta ayer tenían alguna fuente de ingresos y la han perdido. Como no sobran precisamente puestos de trabajo, su paro se prolonga y hay que comer todos los días.
Gentes resignadas, cabizbajas, con pocos motivos para el optimismo, componen una imagen lacerante (no para ellos sino para nosotros).
Todavía no se ha oído a los sedicentes rojos que nos cogobiernan un gesto de apoyo a las Instituciones que ofrecen estos alimentos, más bien parecen dispuestos a “nacionalizar” Cáritas, Cruz Roja, Jesús Abandonado, etc y criticar a la Iglesia Católica por esta labor tan solidaria.
Hay que esforzarse para que sólo veamos colas de acceso a un estadio o a un concierto.