La fuga de Anna Gabriel es sintomática de lo que ocurre en buena parte de la sociedad catalana. Educados en el odio a España, una juventud cómoda se instala en la rebeldía y la radicalidad antisistema; se muestran firmes y agresivos en manifestaciones, escraches, ocupaciones, porque se sienten amparados. Una coyuntura electoral los convierte en árbitros que expulsan y eligen presidente, están en el cenit del poder.
Estimulan el pulso del independentismo con el Estado y, como es lógico, lo pierden. Entonces los más cobardes, para evitar a los jueces, huyen a países reacios a la extradición y buscan abogados de etarras.
Internacionalizan su conflicto y se ven transmutados en exiliados de una dictadura. Pero no es más que cobardía, acentuada por el hecho de que otros compañeros suyos dan la cara.