Es desolador comprobar que individuos y pueblos sólo conviven en paz cuando están subyugados, sometidos a un poder arbitrario y absoluto.
Decía Hobbes que el hombre en “estado de naturaleza” se muestra egoísta, interesado y al chocar sus intereses con los de otros surge “la lucha de todos contra todos”. Como ese ambiente es insoportable hay que pasar al “estado de sociedad”, forzar el pacto social y mantener el grupo actuando con mano dura frente a ese “hombre que es un lobo para el hombre”.
Lo triste es que muchos ejemplos históricos parecen darle la razón. Basten tres muy significativos: la Yugoslavia dividida y enfrentada tras la muerte de Tito; la convulsa Libia tras la desaparición de Gadafi y el ensangrentado Irak tras el ahorcamiento de Saddam Hussein.
Por eso, valoremos y preservemos nuestra racional democracia.
El problema surge cuando en esa sociedad supuestamnte madura se rompe la convivencia y se produce una involución que la lleva a la dictadura.
La democracia requiere una sociedad madura, tampoco todo fue sobre ruedas tras la revolución en Francia. Como bien dijo el “old whig” Edmund Burke, el tiempo es lento, pero es el método necesario de la naturaleza.