Es como quedan todos los que se han vacunado
indebidamente porque su comportamiento suscita un fuerte rechazo social , si ya
sería grave en un ciudadano común lo es especialmente en quienes ostentan un cargo
público y representan a los demás.
Posiblemente sean miles y aparecen hombres y mujeres, de un partido u
otro. Y es que la debilidad humana y, por qué no decirlo, el miedo forman parte
de nuestra naturaleza.
Si a eso le
sumas un mal entendido sentido de la oportunidad tenemos la causa que ha
llevado a estas personas a tomar esa decisión tan egoísta y torpe. A ver si
este desagradable tema sirve para mejorar el proceso de vacunación, fijar
calendario, criterios para seleccionar a la población y actuar con agilidad
porque hasta ahora estamos ante otra chapuza nacional.
En poco
tiempo ocurren muchas cosas, todas importantes y con tintes negativos.
Parecemos empeñados en lograr marcas históricas impensables hasta ahora.
En cabeza se
sitúa la pandemia del coronavirus con su estela de muerte y sus oleadas
provocadas por nuestra desidia. Como fenómeno asociado padecemos la lentitud en
la administración de las vacunas.
En USA el
funesto Trump se despide incitando a los suyos para el asalto del Capitolio y
vemos huestes de descerebrados que sintieron de todo menos vergüenza
protagonizando un hecho que golpea al núcleo del concepto de democracia.
Por aquí
vemos que asesinos recientes son aclamados como héroes y deciden en la política
nacional. Un partido de extrema derecha- que debía estar agazapada- sale a
escena y se convierte en la tercera fuerza parlamentaria.
No nos van a
faltar grandes referencias cuando queramos caracterizar estos tiempos raros que
nos toca vivir.
Su arma más
poderosa fue su cerebro y el vehículo de expresión de su pensamiento: la
palabra.
Construyó
discursos memorables que pronunciaba en el Ateneo (que presidió), en asambleas
de su partido Acción Republicana y, sobre todo, en el Congreso de los
diputados. Surtían efectos inmediatos de aprobación y entusiasmo, desbloqueaba
situaciones de lo más variopinto, desde las alianzas con otros partidos hasta
la difícil aprobación de su política militar, pasando por irónicas respuestas a
grupos de oposición.
Lo que no
pudo frenar fueron los impulsos de una España torva, reaccionaria y vengativa
que quería sangre y fuego.
Era un
intelectual creativo y esteta, de trayectoria coherente e impecable.
Desgraciadamente no triunfó, era imposible vencer a tantos enemigos, los de
fuera y los de dentro. Murió en el exilio y allí, en Montauban, seguirán sus
restos según contestó su sobrina-nieta a una pregunta mía.
La lectura
de los diarios de Azaña es un puro deleite. No es una biografía en la que
puedes “retocar” lo que estás narrando, tienen la frescura y la fuerza de ser
notas escritas cada día contando los acontecimientos tal y como los vivió.
Sorprende la
agilidad y flexibilidad con las que se reunía el Gobierno, se debatía en el
Congreso o se despachaba con el presidente de la República y contrasta con la
rigidez, la excesiva reglamentación que existe hoy.
Azaña tenía
que hacer encaje de bolillos con los diferentes partidos republicanos y el partido
socialista, siempre en buena entente. Sus discursos contundentes y convincentes
resolvían muchos problemas.
Eran gentes
cabales y solventes estos republicanos que surgieron contra una dictadura y la
estupidez culpable de un rey; pretendían construir un país justo, igualitario,
desarrollado e instruido.
Pero sus
poderosos enemigos no lo consintieron y acabaron con ellos a tiro limpio.
Los de
1932-33 son una lectura gratificante y significativa. Más allá de la narración
de importantes hechos contiene reflexiones sobre aquella España que demuestran
su inteligencia, agudeza y templanza en tiempos convulsos y extremos.
Costó tiempo
y trabajo liberar a Azaña de la burda caricatura que había elaborado el
franquismo. Hoy nadie le niega la condición de ser uno de los hombres de Estado
más relevantes de nuestra historia. Compararlo con lo que hoy nos gobierna
sería un acto de crueldad que no resiste el mínimo análisis.
Nos habría
ido mejor n la España que él imaginó y por la que tanto luchó, pero estaba
prácticamente solo en un torbellino de enfrentamientos y luchas de clase
irreversible. Tuvo que parar un golpe militar en agosto del 32 anticipo de lo
que vendría en el 36, había una clase política muy dividida y el anarquismo
“ayudando”, como siempre.
Es indudable
que Trump ha sido el culpable del bochornoso espectáculo de la toma del
Capitolio por una turba enloquecida. Su negativa a aceptar la derrota y su
agresiva actitud han encendido una mecha de temible alcance. Deja como legado a
70 millones de norteamericanos primarios, pedestres y pendencieros; todo un
peligro potencial.
Con Biden
tranquilo en la presidencia y esforzándose por pacificar y “desfacer entuertos”
habrá que ver si el energúmeno ex no se dedica a agitar las aguas y cubrir
cuatro años más de burdo populismo nacionalista o encuentra a alguien que le
tome el relevo en la carrera de la confrontación. El partido republicano
tendría mucho que decir.
Estos
desalmados son siempre indeseables, pero las masas a las que movilizan no lo son menos y ya estaban ahí
antes de que él los “animara”.
A ver si
aprendemos por aquí. Que todo es contagioso.
A diferentes
niveles, pero siempre entendidos como: “Disposición de elementos
interrelacionados para formar un todo”. Nos toca desear que tres sistemas
funcionen a la perfección.
El más
íntimo es nuestro sistema inmunitario; ojalá acoja en su seno a la vacuna con
acierto y prontitud para librarnos del coronavirus.
El segundo
es el sistema político-administrativo, el Estado; en él debería lograrse un
mayor equilibrio a base de racionalidad y buen gobierno, pero es precisamente
de lo que carecemos por la acción de personajes impresentables.
Y por último
el gran sistema que nos envuelve, el medio ambiente, el ecosistema, mucho menos
respetado de lo que merece y en cuyo deterioro se encuentran las causas de esta
pandemia que nos aflige y de las que están por venir.
Permanezcamos
atentos a los sistemas y cuidémoslos. Nos lo jugamos todo con ellos.
Incluso
viniendo de Trump parecía increíble, pero él siempre desborda nuestra capacidad
de asombro. La última prueba ha sido el asalto del Capitolio por parte de sus
secuaces tratando de impedir la proclamación oficial del nuevo presidente.
Digno remate
de una legislatura llena de provocaciones y extravagancias que no ha colmado su
vanidad ni corregido su pueril irresponsabilidad.
A partir del
día 20 debería caerle encima la maquinaria fiscal y judicial para hacerle pagar
los muchos delitos que tiene pendientes, una especie de respuesta del Sistema a
todas sus tropelías.
De vez en
cuando la Historia nos regala uno de estos siniestros personajes que suelen
alcanzar una imagen trágica, en algunos casos tragicómica. Será recordado por
provocar la mayor escisión civil en la sociedad norteamericana. Debe ser lo que
entendía por “hacer América grande otra vez”.
Salvador
Illa fue incorporado al Gobierno con el fin de cuidar y engrasar desde Madrid
las relaciones con el catalanismo. Un hombre tranquilo, de perfil medio, en un
ministerio con pocas competencias que era el espacio ideal. Pero de repente le
cayó encima una brutal pandemia y pasó a ser el más ocupado, alcanzando también
una gran proyección pública.
En Cataluña
Iceta era el candidato socialista, pero ya ha vivido bastantes fracasos y
rechazos de otras fuerzas políticas.
La solución
parecía fácil: hagamos una permuta. La candidatura de Illa va a ser un
revulsivo, aunque habrá que ver su alcance y su sentido en el envenenado
escenario catalán. Llega concediendo indultos y dineros, con Podemos como
socio, pero nunca vencerá a ERC con fuerza suficiente; más bien será su apoyo parlamentario
para intentar un tripartito explosivo.
Un tema
delicado y controvertido porque afecta de pleno a la libertad individual y al
bien público es el de la obligatoriedad o no de la vacuna.
Soy libre
para decidir sobre temas que afectan a mi salud como el alcohol o el tabaco,
pero cuando mi negativa puede afectar seriamente a la salud de otros la
cuestión se complica, esa actitud no empieza y acaba en mí.
Podría
ocurrir que las decisiones que no adopte el Estado las imponga el mercado;
personas con un certificado de vacunación tendrían preferencia a la hora de
procesos de selección o colaboración; un grupo puede negarse a aceptar en su
seno a un “insumiso”. Una postura extrema sería obligar a los negacionistas a
pagar las facturas de su tratamiento si se infectan.
Hay
precedentes históricos de vacunaciones obligatorias. ¿Aplicamos bien el valor
de la libertad si rechazamos la vacuna anticovid?
Fernando
Martínez Serrano 2-1-20
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