Estaba en el campo con mi mujer el fin de semana que se decretó el estado de alarma y aquí seguimos, saliendo solamente para la compra y yo al quiosco más cercano para coger La Opinión.
Mis “confines” son bastante amplios, puedo considerarme casi un privilegiado frente a otros modos de vivir esta pesadilla.
Veo como la misma Naturaleza que crea a estos cabrones bichos asesinos produce el hermoso espectáculo de la primavera; frente a la muerte humana, la eclosión de vida vegetal: mis patatas prometen buena cosecha, las hermosas hojas de las higueras crecen, verduras y hortalizas plantadas a punto de “pegar el estirón” para florecer, los olivos cuajados para vengarse de la granizada destructora del otoño, los naranjos también se recuperan y los frutales en plena floración.
De algún modo compensa la triste información que nos va llegando.
Espero comerme la primera breva con el virus ya vencido.
El coronavirus se ceba especialmente con la ciudad de Madrid (parece que no es sólo por tratarse de la más poblada) y es tal el número de muertos que los tanatorios han quedado bloqueados. Se ha decidido conservar los cadáveres, hasta su posterior inhumación o incineración, en el Palacio de Hielo; que sea el frío su mortaja. Parece humor negro pero no lo es; lo que era un lugar de ocio y diversión se transforma en uno de luto y sufrimiento.
Otra triste consecuencia es la saturación hospitalaria y la cantidad de sanitarios contagiados, que porcentualmente es superior a la de China o Italia. Se debe a la escasez de material adecuado y aumenta la presión insoportable que ya padecen estos profesionales. Aquí sí ha faltado una actuación más diligente y eficaz del Gobierno.
Colapsados los espacios de vida y de muerte, el virus no cede, sigue expandiéndose.
Es una frase repetida cuando se nos facilita información sobre la evolución de la crisis sanitaria, es un latiguillo indicativo de impotencia e imprevisión con el que nos preparan para ir asimilando esta calamidad que produce, y va a seguir produciendo, el coronavirus.
También será mucho peor la situación económica que va a generar.
Y políticamente no hay síntomas de que vayamos a mejorar si seguimos padeciendo un Gobierno que ha mostrado sus carencias y contradicciones, acepta apoyos de partidos y personas que han exhibido su condición miserable de un modo casi impúdico, destacando entre ellos estos canallas desalmados a los que sólo preocupa el dolor de los suyos, indiferentes al sufrimiento que se sitúa fuera de sus pequeñas fronteras, llegando incluso a desear la muerte de quienes viven en Madrid.
Ninguno de los retos que nos plantea este nuevo virus resultará fácil y pensar lo contrario sería pecar de ingenuidad o de excesivo voluntarismo.
El más importante es el estrictamente sanitario. Sólo cabe desear que pase el tiempo, que se encuentre la vacuna y mientras tanto se suavice la curva para evitar el colapso hospitalario y sus terribles consecuencias. La ciencia tiene la palabra y nosotros la esperanza.
También es relevante el problema psico-social que plantea el modo de enfrentarse a la pandemia. Son muchas las formas de ser, estar, vivir que quedan de pronto educidas al confinamiento.
Demasiada heterogeneidad atrapada en una fórmula simple: aislamiento y prohibición de todo contacto social. Para mucha gente estará resultando muy duro, pero la inteligencia y la solidaridad nos conducen a la aceptación de las medidas que se adoptan.
Sigue el maldito microbio su marcha letal y pone cosas al descubierto. Es duro verse sometido a una desgracia colectiva e inesperada. Su característica diferencial es su alta capacidad de contagio que pone en jaque al sistema sanitario.
El Gobierno ha pecado de imprevisión, va a remolque de los datos estadísticos; la “Sección Femenina” y los podemitas, especialmente irresponsables, como suelen.
Nuestro personal sanitario muestra una entrega y coraje dignos de los mayores elogios.
El Ejército es un colectivo ejemplar, dispuesto a dejarse la piel incluso allí donde los desprecian; tranquiliza que sea el garante de la unidad y soberanía nacionales.
A Pedro Sánchez se le agrava su patología obsesivo-compulsiva porque sigue sin ver lo miserables que son sus apoyos, los socios que lo mantienen en la Moncloa.
Los ciudadanos sabemos comportarnos cuando la circunstancia lo exige, el número de descerebrados sin remedio es mínimo.
Aunque esta pandemia está lejos de ser una fábula, sería deseable que extrajéramos alguna enseñanza cuando haya acabado.
La permanencia de ese espíritu solidario que se observa, la superación del individualismo propio de la sociedad actual.
Mayor control de movimientos poblacionales, pero autoimpuesto, no obligado; especialmente ese turismo masivo de vuelos y cruceros llenos de gente que no sabe ni donde ha estado.
La erradicación de ciertos hábitos de consumo de carne en algunos países y, en general, una extrema vigilancia de la calidad alimentaria.
Cambio de costumbre en los contactos personales, sobre todo para quienes somos tan dados a apretones de manos y besuqueos.
Y lo más importante, que superemos la crisis del coronavirus saliendo de ella incluso reforzados, la llamada resiliencia.
Ojalá que la carrera por la creación de una vacuna efectiva dé pronto sus frutos.
El confinamiento por el estado de alarma nos lleva a estar ensimismados y eso propicia el desarrollo de la imaginación y la efusión sentimental. El espacio en el que se exhiben es el de las redes sociales. En ellas vemos, junto a las chorradas de rigor, manifestaciones destacables.
Por ejemplo, los aplausos a los sanitarios, magnífica expresión de reconocimiento y apoyo o la emisión del himno nacional y sentimientos patrióticos, que nunca sobran.
Y pronto ha surgido una nueva demanda: pedir a la gente que rece, que haga sus oraciones. Es como si considerasen que con medios convencionales o científicos no se ganará la batalla y recurren a la fe, un depósito profundo de confianza que permite sortear los límites de la razón.
Creencias o no creencias aparte, me parece conmovedor y respetable como modo de enfrentarse a la tragedia.
El estado de emergencia está desvelando comportamientos curiosos. Ahí está el joven Iglesias (que se salta la cuarentena para acudir a una reunión, logrando así ser el protagonista de la noticia) mostrando un furor nacionalizador descomunal.
La Sanidad privada pone todos sus medios al servicio de la pública, pero él quiere nacionalizarla; la Banca ofrece garantías de liquidez y facilidad de crédito, pero él quiere nacionalizarla; desde todos los sectores llegan ofertas de medios y personas, pero él lo quiere todo intervenido.
Pretende eliminar la palabra “privado” del sistema productivo. Él aprendió en sus libros que no hay que dejar nada a la libre iniciativa del individuo. En realidad, el estado de alarma ya implica que todo pasa a ser controlado por el Gobierno, pero no parece bastarle, aunque sea vicepresidente.
Tal vez sea que tiene que hacer estos aladres para satisfacer a sus patrocinadores.
“No hay mal que por bien no venga” dice el refrán que ha sido citado en ocasiones diversas e importantes.
Es difícil ver algo positivo en la crisis sanitaria que nos aflige y la subsecuente crisis económica que producirá. Si hacemos un esfuerzo de abstracción podríamos considerar la situación política dentro del estado de emergencia.
Es el momento en el que Sánchez debería llamar a Casado y a Arrimadas, tener una larga conversación y salir de ella anunciando un gobierno de coalición (o concentración) noble, eficaz, para el resto de legislatura. Un gobierno que ejecute y no que sea una asamblea en la que se discute.
Es la mejor respuesta a estos despreciables dirigentes de Cataluña y País vasco que encarnan la insolidaridad propia del nacionalismo y que merecen la pena de cárcel por el delito de lesa patria.
Uno de los efectos colaterales del maldito corona virus que nos invade es que te hace cobrar conciencia del rango que te corresponde por tu edad: población de riesgo.
Tengo dos hijos y cuatro nietos que viven en Madrid. Unos días antes de estado de alarma les dije que podían venir y estaríamos más tranquilos en el campo. Nos dijeron que no lo harían para evitar ponernos en peligro (eso mismo me cuentan algunos amigos), respuesta que a mi mujer y a mí nos enorgullece.
Todo pasará. A pesar de la miopía y lentitud de un Gobierno distraído que va por detrás de los acontecimientos, gracias a la responsabilidad individual y colectiva, a ese espíritu solidario que nos brota en momentos cruciales, sabremos estar a la altura de las circunstancias y venceremos al microbio nefando. Encontraremos una vacuna y el primer semestre de 2020 será un mal recuerdo. Amén
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