Ha pasado a los tribunales el caso de una profesora que abofetea a sus alumnos de cuatro años, les tira de las orejas y deja que se orinen encima.
Un primer juez no apreció indicios de delito. ¡Qué sensibilidad judicial!
No hay que ser freudiano para entender el impacto que causan estos traumas en esta delicada etapa del desarrollo a unos niños que interiorizan la figura del profesor como alguien odioso y rechazable. Tampoco hay que ser muy fino para diagnosticar un trastorno de personalidad en una pobre mujer que vive en desacuerdo consigo misma.
Esperemos que el magistrado de la Audiencia la ponga en su sitio, o sea, fuera del circuito educativo.