Vistas las desgraciadas consecuencias que deja a su paso el coronavirus tal vez tenga poco sentido la búsqueda de culpables; si acaso, serviría para evitar comportamientos indeseables en casos futuros (que los habrá).
Ya en el paso de animal a humano encontramos alguna conducta alimentaria reprochable. A partir de ahí, con el contagio en marcha, los responsables pasan a ser las autoridades sanitarias y, especialmente, los dirigentes políticos. Su modo de enfocar la pandemia y las medidas adoptadas serán decisivos para determinar éxitos o fracasos, muerte o supervivencia.
A esta altura habrá que fiarlo todo a la investigación científica y al paso del tiempo.
Cuando hayamos superado la crisis no sé si todos los que han tenido la responsabilidad de tomar decisiones recordarán el proceso con la conciencia libre de culpa, sin sombra de autocrítica o arrepentimiento.
Puesto así, en inglés, queda más a tono con los tiempos y recuerda aquella película apocalíptica.
El virus no va a acabar con la especie. Pronto se alcanzará el pico en la gráfica de la pandemia, luego se suavizará la curva y, por fin, el número de curados será superior al de contagiados, el de altas hospitalarias al de ingresos.
Entonces viene la gran pregunta: ¿Y ahora qué?
No estuvo afortunada la ministra de Economía cuando dijo que el problema sanitario apenas causaría impacto económico. Ya se admite que la crisis será intensa, superior a la de 2008, con indeseables consecuencias.
Otro impacto que habrá que analizar es el que producirá en nuestras vidas, hábitos, modos de relación con los demás y con el medio ambiente. Habrá que ver si cambiamos muchas cosas o volvemos a transitar por caminos ya recorridos.
La estadística mortal de la pandemia no es azarosa y no afecta a todos por igual. Si tuviera sentido construir una escala de más a menos con quienes lo merecen, veríamos que los que están cayendo ocuparían la parte baja.
Se nutre de profesionales sanitarios y miembros de cuerpos de seguridad porque son la vanguardia del ejército que lo combaten, liquida a las personas mayores por el mero hecho de serlo.
Como prueba de una especie de justicia cósmica sería deseable que se cobrara otras víctimas, que hiciera desaparecer del mapa político a algunos líderes que han mostrado su incapacidad para dirigir un país defendiendo el interés general, que no han actuado como exigían las circunstancias. Es el caso de los presidentes de USA, Reino Unido, Brasil o México, que gobiernan sobre 740 millones de personas.
Incluir o no al presidente español es algo que cada cual debe hacer según crea.
Estaba en el campo con mi mujer el fin de semana que se decretó el estado de alarma y aquí seguimos, saliendo solamente para la compra y yo al quiosco más cercano para coger La Opinión.
Mis “confines” son bastante amplios, puedo considerarme casi un privilegiado frente a otros modos de vivir esta pesadilla.
Veo como la misma Naturaleza que crea a estos cabrones bichos asesinos produce el hermoso espectáculo de la primavera; frente a la muerte humana, la eclosión de vida vegetal: mis patatas prometen buena cosecha, las hermosas hojas de las higueras crecen, verduras y hortalizas plantadas a punto de “pegar el estirón” para florecer, los olivos cuajados para vengarse de la granizada destructora del otoño, los naranjos también se recuperan y los frutales en plena floración.
De algún modo compensa la triste información que nos va llegando.
Espero comerme la primera breva con el virus ya vencido.
El coronavirus se ceba especialmente con la ciudad de Madrid (parece que no es sólo por tratarse de la más poblada) y es tal el número de muertos que los tanatorios han quedado bloqueados. Se ha decidido conservar los cadáveres, hasta su posterior inhumación o incineración, en el Palacio de Hielo; que sea el frío su mortaja. Parece humor negro pero no lo es; lo que era un lugar de ocio y diversión se transforma en uno de luto y sufrimiento.
Otra triste consecuencia es la saturación hospitalaria y la cantidad de sanitarios contagiados, que porcentualmente es superior a la de China o Italia. Se debe a la escasez de material adecuado y aumenta la presión insoportable que ya padecen estos profesionales. Aquí sí ha faltado una actuación más diligente y eficaz del Gobierno.
Colapsados los espacios de vida y de muerte, el virus no cede, sigue expandiéndose.
Es una frase repetida cuando se nos facilita información sobre la evolución de la crisis sanitaria, es un latiguillo indicativo de impotencia e imprevisión con el que nos preparan para ir asimilando esta calamidad que produce, y va a seguir produciendo, el coronavirus.
También será mucho peor la situación económica que va a generar.
Y políticamente no hay síntomas de que vayamos a mejorar si seguimos padeciendo un Gobierno que ha mostrado sus carencias y contradicciones, acepta apoyos de partidos y personas que han exhibido su condición miserable de un modo casi impúdico, destacando entre ellos estos canallas desalmados a los que sólo preocupa el dolor de los suyos, indiferentes al sufrimiento que se sitúa fuera de sus pequeñas fronteras, llegando incluso a desear la muerte de quienes viven en Madrid.
Ninguno de los retos que nos plantea este nuevo virus resultará fácil y pensar lo contrario sería pecar de ingenuidad o de excesivo voluntarismo.
El más importante es el estrictamente sanitario. Sólo cabe desear que pase el tiempo, que se encuentre la vacuna y mientras tanto se suavice la curva para evitar el colapso hospitalario y sus terribles consecuencias. La ciencia tiene la palabra y nosotros la esperanza.
También es relevante el problema psico-social que plantea el modo de enfrentarse a la pandemia. Son muchas las formas de ser, estar, vivir que quedan de pronto educidas al confinamiento.
Demasiada heterogeneidad atrapada en una fórmula simple: aislamiento y prohibición de todo contacto social. Para mucha gente estará resultando muy duro, pero la inteligencia y la solidaridad nos conducen a la aceptación de las medidas que se adoptan.
Sigue el maldito microbio su marcha letal y pone cosas al descubierto. Es duro verse sometido a una desgracia colectiva e inesperada. Su característica diferencial es su alta capacidad de contagio que pone en jaque al sistema sanitario.
El Gobierno ha pecado de imprevisión, va a remolque de los datos estadísticos; la “Sección Femenina” y los podemitas, especialmente irresponsables, como suelen.
Nuestro personal sanitario muestra una entrega y coraje dignos de los mayores elogios.
El Ejército es un colectivo ejemplar, dispuesto a dejarse la piel incluso allí donde los desprecian; tranquiliza que sea el garante de la unidad y soberanía nacionales.
A Pedro Sánchez se le agrava su patología obsesivo-compulsiva porque sigue sin ver lo miserables que son sus apoyos, los socios que lo mantienen en la Moncloa.
Los ciudadanos sabemos comportarnos cuando la circunstancia lo exige, el número de descerebrados sin remedio es mínimo.
Aunque esta pandemia está lejos de ser una fábula, sería deseable que extrajéramos alguna enseñanza cuando haya acabado.
La permanencia de ese espíritu solidario que se observa, la superación del individualismo propio de la sociedad actual.
Mayor control de movimientos poblacionales, pero autoimpuesto, no obligado; especialmente ese turismo masivo de vuelos y cruceros llenos de gente que no sabe ni donde ha estado.
La erradicación de ciertos hábitos de consumo de carne en algunos países y, en general, una extrema vigilancia de la calidad alimentaria.
Cambio de costumbre en los contactos personales, sobre todo para quienes somos tan dados a apretones de manos y besuqueos.
Y lo más importante, que superemos la crisis del coronavirus saliendo de ella incluso reforzados, la llamada resiliencia.
Ojalá que la carrera por la creación de una vacuna efectiva dé pronto sus frutos.
El confinamiento por el estado de alarma nos lleva a estar ensimismados y eso propicia el desarrollo de la imaginación y la efusión sentimental. El espacio en el que se exhiben es el de las redes sociales. En ellas vemos, junto a las chorradas de rigor, manifestaciones destacables.
Por ejemplo, los aplausos a los sanitarios, magnífica expresión de reconocimiento y apoyo o la emisión del himno nacional y sentimientos patrióticos, que nunca sobran.
Y pronto ha surgido una nueva demanda: pedir a la gente que rece, que haga sus oraciones. Es como si considerasen que con medios convencionales o científicos no se ganará la batalla y recurren a la fe, un depósito profundo de confianza que permite sortear los límites de la razón.
Creencias o no creencias aparte, me parece conmovedor y respetable como modo de enfrentarse a la tragedia.
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