Lo políticamente correcto es condenar el empleo de la violencia para asaltar el poder. También es cierto que las cosas se analizan en su contexto y en Turquía todo es confusión, es un laberinto con estrechas líneas separando laicismo y religión o democracia y dictadura.
El ejército forjó el Estado actual y ha intervenido varias veces pero devolviendo siempre el poder a los civiles; ha sido una especie de guardián der la ortodoxia.
El presidente ha iniciado una deriva hacia el islamismo y la autocracia practicando censuras y purgas alarmantes.
La gran paradoja es que tal vez en Occidente se habría celebrado el triunfo del golpe y una Turquía sin Erdogan, al que apoyan las mezquitas y la extrema derecha.