Para los lorquinos más jóvenes es el nombre de un Instituto derrumbado por el terremoto y de complicada reconstrucción.
Para muchas generaciones es el nombre de un profesor de matemáticas que lograba hacer amena y comprensible su asignatura, un director que coordinaba de modo excelente a sus profesores, que los defendía con firmeza ante la Administración en situaciones y momentos delicados, un humanista en el sentido de que sus conocimientos no se limitaban a la materia de la que era catedrático, una persona de singular bonhomía.
Parece una descripción subjetiva, afectiva… y lo es. Pero todo lo que digo –y más cosas que aquí no caben- se ajusta a la realidad.
Fue un hombre excepcional.