Bien valorada incluso cuando el entorno monárquico vivía horas bajas.
Ha aguantado, estoica, lo que sabe sobre las debilidades de su marido. Ha soportado que la abucheasen como símbolo de aquello que no simboliza.
Vivió un momento de gloria con el merecido homenaje que le tributó su hijo cuando lo proclamaban rey (lo único que aplaudieron los presidentes catalán y vasco).
A las 48 horas de dejar de ser reina oficial ha viajado a Ginebra para ver a su atribulada hija; más madre que reina, lejos de esa frialdad germánica que se le atribuye. ¿Criticará algún republicano callejero ese comportamiento materno?