La pandemia está lejos de legar a su fin y la crisis sanitaria se solapará con la económica. Como todo proceso, se desarrolla por fases y cada una presentará características propias.
Nos acostumbraremos a las mascarillas, se activará una reindustrialización con especial atención a todo lo que suponga fabricar materiales sanitarios y que acentuará la robotización, habrá más estudiantes de ciencias biomédicas y aumentarán las partidas para I+D+I, se desterrará la idea de recortar en Sanidad pública, nos convenceremos de que el sector primario se llama así porque atiende a la satisfacción de necesidades vitales, se debería potenciar el papel de organismos sanitarios internacionales con dirigentes capaces e independientes dotándolos de medios y de poder efectivo en casos extremos.
El desconfinamiento gradual liberará pronto a los jóvenes y las mayores restricciones se impondrán a los mayores (¡vae victis!)
Durante todo el tiempo que llevamos de confinamiento no he dejado de escribir ni un solo día sobre el coronavirus, lo he convertido en un ritual terapéutico; como si de ese modo lo pudiera alejar, una especie de exorcismo.
Por desgracia la pandemia es un asunto omnipresente, ha creado un “covicentrismo” de tal manera que todo gira en torno al dichoso virus, lo demás palidece en su presencia.
Estamos ante uno de esos temas comodín fácilmente relacionable con multitud de cuestiones y ámbitos diferentes. Buena prueba de ello son los magníficos artículos que está escribiendo José Mª Pérez-Muelas, seleccionando obras clásicas literarias y, de un modo u otro, asociando sus temas y personajes con el estado de alarma y el confinamiento.
Por mi parte lo único que deseo es que el tema vaya perdiendo intensidad y actualidad hasta ser vencido por la ciencia.
Todos los indicadores apuntan ya en la peor dirección y lo hacen con gran intensidad: recesión, paro, déficit, deuda, pérdida de tejido industrial y comercial, morosidad, etc.
Cuando salíamos del pozo de la última crisis nos volvemos a hundir, Sísifo vuelve a cargar la piedra sobre sus espaldas para subir la cuesta.
Pasará como con la pandemia, el gobierno no es responsable de su llegada, pero sí del modo en que la gestione una vez instalada. Habrá que navegar otra vez en aguas turbulentas y entre grandes incertidumbres como, por ejemplo, tratar de equilibrar la ortodoxia económica y el nivel admisible de pobreza y malestar. Naturalmente eso se hace mejor estando de común acuerdo, pero desgraciadamente nuestros líderes volverán a dar la talla que tienen. A este Gobierno bicéfalo poco parece importarle la enorme transferencia intergeneracional de deuda que se genere.
Estamos en un momento crítico que sirve para evaluar a los dirigentes políticos a la hora de defender vidas y haciendas de sus ciudadanos. Nadie es responsable de que te caiga encima una pandemia, pero sí de como te desenvuelves con ella cuando ya es un hecho.
Analizando una amplia lista de países resalta un hecho curioso: las mujeres han atajado la crisis mucho mejor que los hombres (es raro que nuestras feministas de pancarta no lo hayan destacado). Es el caso de Alemania, Noruega, Finlandia, Taiwan o Islandia. En el otro extremo, con impresentables machos alfa, aparecen Trump con su émulo Johnson, Bolsonaro o López Obrador.
El denominador común de las presidentas ha consistido en actuar rápidamente, hacer muchos tests para cortar líneas de contagio, actuar con transparencia coordinadas con autoridades sanitarias, ser veraces y hablar claro a los suyos.
Pedro Sánchez ha manifestado reiteradamente su deseo de ostentar un amplio currículum; ya tiene un nuevo y original título: cedente mayor del reino.
Cede ante el catalanismo secesionista, orienta la labor de gobierno a los intereses de ellos y admite sus exigencias incluso en estos duros momentos. Y cede ante los podemitas hasta el punto de dejar en evidencia a algunos de sus mejores ministros. Lo hizo con Calviño y ahora con Escrivá; entre un ministro serio y un vicepresidente chisgarabís claudica ante el segundo porque depende de él y a los ministros los nombra o los cesa a su antojo.
Pero no sólo cede sino que también concede. Por ejemplo, la dirección del CIS y la de RTVE a dos lacayos vergonzantes que dilapidan el prestigio que tenían antes de llegar ellos para servir a su señor.
¿Es normal esto en un líder político o es un indicador muy negativo?
Aceptada ya como verbo, significa hacer algo en común, de mutuo acuerdo. Sólo oímos esa palabra en relación con la deuda soberana y siempre en sentido negativo porque a esa “mutualidad” en la emisión de deuda se oponen los fríos e insolidarios países del norte.
Deberíamos acostumbrarnos a aplicarla en el ámbito político y en cualquier circunstancia. Pero es que ahora, en plena crisis sanitaria y económica, resulta de obligado cumplimiento, igual que si fuese un precepto constitucional.
Hay decisiones muy difíciles como el equilibrio entre actividad económica y salud, la salida o no de los niños a las calles, la articulación del fin de curso, los criterios para elaborar la estadística del dolor y la muerte, etc. ¿No será mejor tomarlas de común acuerdo?
De no hacerlo resulta lógico que oposición y presidentes de Comunidad, informados sólo por la prensa, reaccionen airadamente.
Ahí andan, en paralelo, el Covid-19 y el rojo de Galapagar, virus nocivos que invaden un organismo para ejercer sobre él su perniciosa función, ya sea una persona o un país.
Ahora se permite el lujo de atacar al jefe del Estado siendo vicepresidente del Gobierno, plantea una extemporánea reivindicación de la Republicano que degrada la imagen de lo que sería un republicano cabal y digno, siembra la discordia entre los ministros con sus propuestas demagógicas, es un oportunista y un vago redomado que no prepara sus temas, sólo descalifica y destruye. Ya sueña con el buen “humus” que le va a proporcionar la crisis económica, podrá aglutinar descontentos, así nació y para eso le pagaban.
Ya está bien de aguantarle a este joven rebelde malcriado sus impertinencias y provocaciones. Hay que hablar con él en serio y reprogramarlo. Por el bien de todos.
Los Kioscos de prensa han sido siempre para mí un espacio singular y apreciado desde que en la infancia, ya demasiado alejada, era el “encargado” de comprar el periódico para mis padres.
Siempre ha habido uno cerca de donde vivía y he tenido buena relación con sus dueños. Ahora, confinado afortunadamente en el campo, tengo que recorrer 13 km. para llegar al más cercano y allí me atienden tras una improvisada mampara, con mascarilla y guantes. Aprovecho para rendir mi particular homenaje a la kiosquera, una mujer inteligente, resuelta y amable; una trabajadora esencial porque esencial es el servicio que nos presta, el bien que nos proporciona.
Contra lo que yo pensaba, me dice que vende más periódicos estos días y ensalza la fiabilidad de la prensa escrita frente a otros medios más manipulados según ella.
(No sé por qué la palabra kiosco me gusta con “k”)
El presidente se sabe huérfano, mal acompañado y muy criticado por su torpe gestión de la crisis sanitaria. Pretende una reedición de los pactos de la Moncloa que tan fructíferos resultaron en la Transición. Pide lo que nunca ha dado: unidad y lealtad.
Parece más fruto del oportunismo que de la convicción y además el panorama y, sobre todo, los actores son diferentes.
Sánchez no es Suárez y, mucho menos, Felipe González; Calviño ni se acerca a Fuentes Quintana; Iglesias es un trasnochado comunista de miserable conducta al lado de Carrillo; Miquel Roca es un dechado de lucidez frente al perturbado Torra; el PP es golpeado a conciencia por su emancipado VOX.
Sería un fracaso imperdonable que no sean capaces de unirse en aras del bien común ante la tragedia que vivimos. De todas formas, aquel espíritu de los pactos del 77 y de la Constitución del 78 no volverá.
Es increíble la miopía de nuestros gobernantes cuando más falta hace una visión nítida de la realidad. El Eurogrupo no logra el acuerdo sobre la mutualización de la deuda, una emisión conjunta de bonos para sortear la pandemia con el mismo coste para todos.
En plena tormenta no somos capaces de protegernos bajo el mismo paraguas. Si la crisis fuera por motivos estrictamente económicos, de productividad o competitividad se podría entender cierto recelo desde los países del norte hacia los del sur con menor renta per cápita. Pero cuando la debacle está provocada por un maldito virus sólo cabe la solidaridad, dictada por la razón.
La fuerza de la Unión Europea y la del Nacionalismo son magnitudes inversamente proporcionales: cuanto más se debilita la primera más aumentarán los segundos. Y eso ya sabemos lo que ha dado de sí en la Historia.
El Blog pretende ser un espacio abierto a la reflexión interactiva, propiciar un intercambio de puntos de vista, de valoraciones. La temática es abierta, pluridisciplinar y combina microartículos (en torno a 100 palabras) con otros más extensos.