Cuando las lágrimas se secan y te dejan ver, cuando el coraje y la rabia se aplacan y te permiten usar la razón para analizar la realidad, te encuentras un panorama poco halagüeño en el tema de los movimientos migratorios.
Europa no puede ser el lugar de acogida de todos los que quieren residir en ella: la Europa del Este-incluida la gran Rusia de Putin I- no quiere ni oír hablar del asunto, los británicos ejercen fácilmente su tradicional control de residentes extranjeros y el Norte está lejano y frío. Los países islámicos ricos ni están ni se les espera.
Hay que diferenciar dos frentes: los que emigran por razones económicas y quienes huyen del terror que se vive en su entorno buscando refugio.
En cuanto a los primeros, la mejor solución sería ir a la raíz del problema y tratar de crear riqueza en su zona de origen pero no será fácil forzar inversiones improductivas y, por otro lado, entre un Norte rico y envejecido y un Sur pobre y joven el flujo migratorio está garantizado, lo demandamos nosotros mismos. Sólo cabe regularlo.
Aunque no sea muy “correcto” cabe pensar si algunos de los que acuden a las mafias en busca de inciertos paraísos no harían mejor quedándose en su tierra luchando por mejorar, sin resignarse a una pobreza de la que otros países han salido a lo largo de la Historia.
El segundo bloque lo componen mayoritariamente sirios e iraquíes cuya vida peligra porque Siria e Irak, más que países, son gigantescos campos de batalla. Tampoco parece fácil encontrar a quienes estén dispuestos a meterse en el avispero islámico, agitado hoy por los sanguinarios asesinos del EI.
Allí la paz sólo podrá imponerse por la fuerza pero ninguna nación desea recibir a sus soldados en una bolsa negra de plástico y los acuerdos no llegan. Lo que sí debemos hacer es atender razonable y solidariamente a los actuales refugiados, cumplir los artículos 14 de los Derechos Humanos y 13 de nuestra Constitución que recogen el derecho de asilo.
O el mundo occidental perfila políticas serias y adopta medidas realistas, eficaces, de amplio espectro o el lamentable espectáculo continuará, seguiremos conociendo casos como el del pobre niño Aylan Kurdi y, más que hasta cuándo, la pregunta es si llegará el día en que lo veamos como un fenómeno superado, un mal recuerdo.
Mientras tanto nos invade cierta mala conciencia, una especie de sentimiento de culpa por dejar de hacer algo que está a nuestro alcance y no estoy yo convencido de que sea así.